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La Novia Equivocada Novela de Day Torres

LA NOVIA EQUIVOCADA CAPÍTULO 37
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CAPÍTULO 37. La felicidad está adentro

Meli no supo por qué, pero toda la alegría que llevaba se le asentó en el estómago como una piedra al

ver la expresión de Nathan. Parecía molesto, pero tenía esa cara de cuando era capaz de controlarse

aunque quería explotar.

—¡Papi! – gritó Sophia corriendo a sus brazos y él la levantó—. ¡Vimos las ballenas y nos mojamos!

¡Fue muy divertido!

–¿Tuvieron una buena tarde? –preguntó Nathan con tono neutro.

–¡Sí, fue un show muy bueno! ¡Y Rex sabe mucho de ballenas!

–¿En serio? – Nathan forzó una sonrisa y Sophia se inclinó sobre su oído para susurrar:

– No le digas a nadie, pero cuando yo crezca, quiero que sea mi novio. 1

Nathan sintió como si le dieran una bofetada y respiró profundo.

–Vine a recogerlas para llevarlas a comer. ¿Está bien? – preguntó mientras bajaba a Sophia. –Claro –

accedió Meli y Rex se despidió de ellas.

Pero mientras la niña tiraba de la mano de Amelie hacia el restaurante, esta escuchó como Nathan se

dirigía a su amigo.

– Crei haberte dicho que te comportaras cuando estuvieras cerca de ella–gruñó.

–Y me estoy comportando – replicó Rex con tono frío–. Bien portado, respetuoso y amable, porque

soy un hombre bien educado. Y precisamente porque estoy bien educado elijo pasar tiempo junto a

gente que vale la pena. No creo que tengas nada que reclamar. Con permiso.

Le dio la espalda y Nathan hizo una mueca de disgusto, pero cuando se giró hacia el ascensor, el

rostro de Meli estaba nublado por la incomodidad.

Se miraron en silencio durante un largo segundo y luego fueron al restaurante sin que ninguno de los

dos dijera ni una sola palabra. Ambos conversaron animadamente con Sophia y escucharon sobre su

día y todas sus ideas con ballenas. Pero apenas regresaron a la casa y Sophia cerró los ojos, Nathan

se detuvo estupefacto ante la puerta del cuarto de Amelie y la vio lanzar cuatro o cinco piezas de ropa

en su bolso de la universidad

–¿Meli..? ¿Qué... qué estás haciendo?

– Me dijiste que tenía un lugar al que podía irme si me colmabas la paciencia, ¿no? – murmuró ella –,

Felicidades, ya me gané el primer viaje – dijo echándose la bolsa al hombro, pero antes de que

pudiera avanzar dos metros Nathan se lo quitó de la mano, lanzándolo a un lado, y arrastrándola fuera

de la casa.

Caminó con ella como si fuera un cachorro negado a pasear, hasta el invernadero que estaba como a

treinta metros de la mansión y cerró la puerta tras ellos. —¿De verdad, Meli? ¡Solo porque tengas a

dónde escapar no significa que debas hacerlo! –la regañó– ¿Prefieres largarte que hablar conmigo?

Meli le dirigió una mirada de sorpresa.

––¿En serio quieres hablar? ¡Pues vamos a hablar! ¿Qué diablos fue eso que le dijiste a Rex?i

Estuviste haciéndole advertencias a mi amigo? – Nathan se quedó mudo de pronto y ella se sentó en

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una de las largas mesas de mármol y se cruzó de brazos—. ¡Habla! ¡Estoy esperando!

Nathan levantó un dedo y movió los labios, pero ninguna palabra salió.

–Bu–bueno... en teoría... no sé... quizás hablamos... –¿Quieres hacer una frase coherente o esa es tu

forma de hablar? – siseó Meli y Nathan se mesó los cabellos. Lo único que lo detenía de patear el

suelo era que no tenía cinco años.

–¡No me provoques, Meli! – ¡Estabas celoso, reconócelo! – ¡Bueno sí, un poco! ¿Está mal eso? –

gruñó él. –¡Está mal cuando te metes con las personas con las que estudio! ¡Eso no está bien,

Nathan! ; Rex solo es un compañero!

–¡Pues eso dice él!

–¡Y lo digo yo también! į jo es que a mí no me crees!? –exclamó Meli furiosa. –¡No es eso! –gritó

Nathan mesándose los cabellos –. ¡No es eso, maldit@ sea, es que no sé cómo regresar! – le abrió

las piernas y se coló entre ellas, respirando pesadamente mientras apoyaba su frente en la de Meli—.

No sé cómo encontrar de vuelta mi camino hacia ti. No sé cómo hacer que sonrías, que me quieras,

que... – Le acarició el rostro con suavidad mientras ella cerraba los ojos—. Quiero deshacer el

momento en que te grité, pero no sé cómo. Quiero besarte otra vez, amarte otra vez, pero...

No sabía cómo terminar y por suerte no tuvo que hacerlo. Meli se movió un poco, solo un poco y ya su

boca estaba bajo la suya mientras a Nathan se le detenía el corazón por un segundo. Ni siquiera lo

dudó antes de besarla como si el mundo estuviera a punto de acabarse.

Aquel beso fue apasionado y lleno de deseo, y Nathan no pudo reprimir un gemido mientras la

acariciaba. Meli le respondió mientras la forma suave en que su piel ardía mientras él la tocaba.

Poco a poco, sus ropas fueron cayendo al suelo mientras Nathan recorría con su lengua el cuello de

Meli, marcándoselo como un tatuaje invisible.

– Te quiero, Meli –susurró contra su piel–. Ya sé que soy un ogro... y medio bruto, pero te quiero de

verdad. Dime que sigo siendo tu ogruto, por favor.

La muchacha rio mientras le peinaba el cabello con los dedos y los atraía a su boca.

–Claro que sí –murmuró. Lentamente, los besos se hicieron más apasionados y desesperados. Meli se

arqueó contra él, sintiendo sus manos recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Cuando lo sintió

crecer contra ella, las emociones se agolparon en su pecho.

–¿Estás segura? – le preguntó Nathan, acariciándole la mejilla. Ella asintió y él no pudo resistir más.

– Te quiero, mi ogruto. Nathan la penetró con suavidad y Meli gimió de placer. Él empezó a moverse

despacio, con cuidado, pero ella lo atrapó entre sus piernas y levantó las caderas para que se moviera

más

rápido. Nathan sonrió mientras la empujaba hacia atrás, y sus movimientos se volvieron más ásperos

a medida que el deseo los consumía a ambos. Meli gemía su nombre y para Nathan aquel era el mejor

sonido del mundo.

Le dio la vuelta y ella ahogó un grito al sentir el mármol frío bajo su vientre, mientras sus Dezones se

endurecían al ser acariciados. El estaba en todos lados, era grande, masivo, poderoso, y cada vez que

entraba en ella sentía que se rompía en pequeños estallidos de placer.

Nathan la embestía con pasión e intensidad, llenándola por completo mientras iba cada vez más

rápido. Adoraba aquellos ojos llenos de deseo, esos gemidos de Meli que se tornaban más fuertes.

Ella estaba perdida en ese momento, deseando nunca salir de aquel lugar mágico donde solo existían

ellos dos.

Era un frenesí de pasión y lujuria, el invernadero nunca más sería apto para menores y veinte minutos

después ya no había tierra o planta sobre la que no hubieran rodado. Nathan la sentó sobre él se

abrazó a su cuerpo mientras la dejaba dominar al ritmo de su propio deseo. La sentía moverse,

tensarse, gritar su nombre, y todo ello lo enloquecía, podía sentir cómo su propio cuerpo se tensaba y

se desesperaba por liberarse.

En un instante solo fueron una masa de piel ardiente y gemidos ahogados, hasta que alcanzaron el

clímax con un grito común que los llenó por completo. Estaban completamente exhaustos, con el

corazón latiendo a mil por hora, y esa era la mejor sensación del mundo. El trayecto de regreso a la

casa fue como el de dos adolescentes furtivos, solo que estos en vez de escapar querían entrar.

— Dime qué quieres, Meli — le susurró él poco después, mientras la veía secarse el cabello frente al

espejo y ella lo miró sin comprender–. Dime cómo podemos hacer esto bien, porque yo... –se detuvo

un segundo para tragar saliva y respirar profundamente–, no puedo perderte otra vez.

Meli levantó la mirada hasta encontrar la de Nathan, y en ese momento supo que tendrían que trabajar

mucho en aquella relación, pero si estaban juntos nada era imposible. – ¿Qué te parece si nos

acurrucamos y luego buscamos una solución que no incluya un par de grilletes o un cinturón de

castidad?

–¡Muy graciosa! –rezongó Nathan–. Aunque no es tan mala idea... puedo mandar a hacerte uno

personalizado.

– No te entusiasmes, que para ti también hay–rio Meli saltando sobre la cama y él la atrajo para

enredarse con ella bajo el edredón.

–Solo quiero que seas feliz, Meli –murmuró contra su cabello.

–Y yo lo soy, porque la felicidad de una mujer está en el interior.

Nathan la miró con una ceja arqueada e incrédula.

–¿En serio?

–¡Claro! La felicidad de una mujer está adentro, y luego afuera, y luego adentro, luego afuera, y así... 4

–¡Idiota! –se carcajeó Nathan mientras le hacía cosquillas–. ¿Esa es una forma traviesa de avisarme

que necesitas más de esta... felicidad? –Buennnnnnouuuu –susurró ella y Nathan la bęsó antes de

que aquello se convirtiera en otra

sesión de lenguaje de adulto, sexo y... mejor lo dejamos ahí! Los días que siguieron fueron

relativamente tranquilos. Nathan estaba sumergido en una nueva campaña para su cliente más

importante, el dueño de varios equipos deportivos del país. Sophia se peleaba ferozmente con la tabla

del 9. Y Meli había entrado en exámenes parciales, – Hoy tengo que quedarme en la residencia

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estudiantil de la universidad – le anunció a Nathan un día—. Tenemos que entregar un proyecto

mañana, así que tengo que ir a ayudar. El honorable CEO King disfrazó el puchero con un ceño muy

fruncido, pero Meli se sentó en su regazo.

– Tengo que ir. Ya sé que no puedes dormir sin mí, pero no hagas berrinche. Piensa que esta noche

voy a pasar hambre y mañana me vas a dar doble dosis de felicidad – lo sonsacó ella y él terminó

suspirando y asintiendo.

– ¿Y no quieres traer a todas tus amigas aquí?–tanteó con fingida inocencia. –A mis amigas sí, la que

no podemos mover es la maqueta de cuatro kilos de un rascacielos. No se puede sacar del salón de

arquitectura, de hecho todo el mundo está trabajando allí en sus maquetas.

–¡Ahahaha!

Pero como no iba a resolver nada protestando, a Nathan no le quedó más remedio que hacerse a la

idea de que Meli debía pasar la noche fuera de casa. Lo único que lo tranquilizó fue no verla

demasiado entusiasmada.

Y no era solo ella. El salón entero estuvo ahí todo el día y a las doce de la noche los chicos estaban

incómodos y molestos. Aquellas cinco maquetas eran el infierno de la asignatura de diseño, pero

había que hacerlas.

Debían ser casi las dos de la madrugada cuando por fin cerraron el salón de arquitectura y los chicos

se dividieron en pequeños grupos para marcharse. –¿Y si nos relajamos un poquito? —preguntó una

de sus compañeras–. En Kappa hay una fiesta hoy. Meli negó.

– Nop nop. Yo me voy a dormir, estoy destruida.

– Yo también, solo necesito un trago para relajarme. Vamos todas, diez minutos y luego a la

residencia.

Meli estaba a punto de protestar cuando Rex pasó un brazo sobre sus hombros.

– Vamos, no es justo que pases por la universidad y no conozcas las fiestas de fraternidad. Solo serán

diez minutos. –Se echó la bolsa de Meli al hombro y entre todos la arrastraron a la fiesta.

No tenía nada del otro mundo, gente bailando, bebiendo y haciendo estupideces. apenas llegaron a la

fiesta cuando las chicas se le pegaron a Rex como garrapatas, después de todo era el quarterback

más famoso de la universidad, pero mientras lo acaparaban solo atinó a gritarle por encima de la

música:

-¡Hey, Wilde! ¡No bebas nada! –¡Solo agüita! –prometió Amelie mientras reía.

Su amigo era un condenado rey feudal y lo disfrutaba. Sin embargo ese rey feudal empezó a

preocuparse quince minutos después cuando no vio a Amelie entre la gente. Busco a las muchachas

de su salón y las encontró en una esquina, pero Amelie no estaba con ellas. Se soltó de las garrapatas

que llevaba y camino hacia ellas. –jOigan, dónde está Wilde! – preguntó y una de ellas se encogió de

hombros. – Yo la vi subir al segundo piso... ya sabes, con alguien. Parecía muuuuuuy relajada. Rex

arrugó el ceño. 1 –¿“Alguien” quién? –Una chica, rubia, sexy, un poquito mayor. No sabía que Amelie

jugara en esa liga pero... Rex dio dos pasos hacia atrás y echó a correr escaleras arriba con un mal

presentimiento, porque si de algo estaba seguro era de que no, Amelie Wilde no jugaba en esa liga.