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La Novia Equivocada Novela de Day Torres

LA NOVIA EQUIVOCADA By Day Torres CAPÍTULO 6
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CAPÍTULO 6. Grandes cosas van a pasarte

Amelie se había ido del grupo KHC a su hora de salida como si el diablo le pisara los talones, y la

verdad era que así lo sentía, pero si pensaba escapar de Nathan King fuera de la empresa, las

palabras de su tío la dejaron helada. —Hora de irnos —sentenció Aquiles mientras le arrojaba sobre

los brazos su gabardina—. ¡Vamos, Amelie, muévete! —¿Qué? ¿Yo también voy? —preguntó ella,

sorprendida. —No te hagas tantas ilusiones, niña, no podemos ir sin al menos una sirvienta que se

encargue de nuestras cosas más importantes. La joven sintió cómo su estómago se revolvía al oír

aquello, y sin embargo no protestó. No era la primera vez que iba a ser criada en una casa rica, pero…

¿en la de los King? Era demasiado para ella, y sabía que su tío disfrutaría cada segundo de su

desgracia. —Así que voy a ser tu criada —murmuró ella. —¡Deberías estar agradecida! —dijo su tía

Heather con altivez—. Stephanie va a convertirse en la esposa del Presidente King, así que ya es hora

de que nos devuelvas todo lo que hicimos por ti. El compromiso de tu prima es muy importante, así

que debes sentirte honrada de poder ayudarla. —¿Y por qué tengo que ir yo? —quiso saber Amelie,

aunque ya se imaginaba la respuesta. —¡Porque eres la que mejor se ve! —replicó Aquiles—. No

tenemos dinero para criadas jóvenes y fuertes, así que eres lo mejor que podemos ofrecer al staff de

servicio de los King. Debes ocuparte de servir como los demás criados —la instruyó mientras

caminaban hacia la limusina que esperaba afuera—. Tienes que estar atenta a todo lo que pueda

necesitar Stephanie y hacerlo sin que ella te lo pida. —¿Eso es todo? —preguntó Amelie,

incómoda. —Claro que no —respondió Aquiles con una sonrisa—. ¡Compórtate bien y no asomes tu

cara en ningún momento frente a ningún miembro importante de la familia King! Ahora sube junto al

chofer. Amelie supo entonces que toda protesta sería inútil. Tenía que irse con ellos a casa del hombre

al que menos quería ver en ese momento, y lo peor de todo era que tendría que hacerlo como su

criada. —¿No crees que es demasiado arriesgado llevarla a casa de los King? —preguntó Heather en

un susurro cuando Amelie se alejó. —No, los niños no son presentados en reuniones de adultos,

menos en una familia tan tradicional como son los King —respondió Aquiles—. Y estaría mal visto que

nos presentáramos sin ninguna criada. Poco después Stephanie salió más arreglada que si fuera a

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recibir un Oscar, y todos salieron en dirección a la mansión King. Apenas llegaron mandaron a Amelie

directamente a la cocina, y el mayordomo, ni corto ni perezoso, le dio los trabajos más pesados.

Amelie estaba nerviosa e incómoda, pero no podía hacer nada más que obedecer aunque en realidad

tenía ganas de salir corriendo. Le dolían los pies de caminar todo el día en la empresa y allí estaba,

subiendo y bajando escaleras mientras servía el comedor antes de que todos se sentaran a la

mesa. Cuando por fin los miembros de la familia y algunos invitados comenzaron a entrar, la sacaron

de allí y la relegaron a limpiar ollas sucias en la cocina. —Lamentamos que el abuelo no baje para la

cena —se disculpó Nathan que no había logrado convencerlo de bajar—. Ha estado un poco

indispuesto, pero se presentará para los eventos oficiales. Mientras tanto, podemos ir estableciendo

los acuerdos principales. Apenas se mencionaron los tres meses de compromiso, se hizo demasiado

evidente que los Wilde no iban a estar de acuerdo. Stephanie no hablaba, pero Paul Anders era capaz

de darse cuenta de que se estaba mordiendo la lengua. —La verdad es que no hay razón para

demorar tanto el matrimonio… —dijo Heather con impaciencia. —Tampoco hay razón para apresurarlo

—sentenció Nathan sin inmutarse—. Tres meses es un periodo apropiado para que Stephanie se

entienda con Sophia, al final esa es la razón de este matrimonio y no otra. El silencio reinó en el

comedor, y nadie se atrevió a señalar que Nathan King era demasiado brusco o demasiado sincero. —

Claro… —carraspeó Aquiles—. Tres meses… ¡más tiempo para preparar una gran boda! ¿No es

verdad? —Desde luego —lo apoyó Paul, como si quisiera hacer el momento menos incómodo—.

¡Podría ser una de las bodas más grandes de toda la historia! Nathan asintió de conformidad y todos

aplaudieron la idea. La boda iba a ser espectacular, pero Stephanie Wilde forzaba una sonrisa

mientras pensaba cómo demonios iba a lidiar con una niña por tres meses. Mientras, Amelie se dejaba

caer en una silla de la cocina, tan cansada que tenía ganas de llorar. El mayordomo de la familia King

le había dejado a ella todo el trabajo pesado de fregar lo sucio y ni siquiera le habían dado nada de

comer. Miró a todos lados y abrió la despensa de la cocina mientras su estómago rugía con fuerza.

Había muchas cosas de comer, pero Amelie no quería que la acusaran de robar nada, así que estaba

a punto de cerrar de nuevo la despensa cuando escuchó que la puerta de la cocina se abría. Con el

corazón latiendo fuerte, Amelie miró hacia atrás y vio a un anciano vestido con un traje negro. —

¿Estás buscando comida? —preguntó con una sonrisa pícara que enseguida relajó a la muchacha—.

¿Acaso no te dieron nada de comer? —Sí, claro… —dijo Amelie con nerviosismo. El abuelo levantó

una ceja y negó con un suspiro. Aunque parecía cansado, su aura de energía y fuerza era palpable. —

Mientes muy mal, pero eso es bueno, porque las jovencitas lindas como tú no deberían mentir, ni

siquiera para justificar la ineptitud de sus mayores —declaró el abuelo—. Ahora ven, que te voy a

enseñar dónde guardo mi reserva de dulces. Entraron a la despensa y el abuelo señaló a Amelie una

caja que estaba en una de las estanterías altas. —Alcánzame esa caja, por favor —pidió—. Podrás

alcanzarla si te subes a esa silla —dijo, señalando una vieja silla de madera. Amelie no se lo pensó

dos veces y enseguida se subió a la silla, pero la caja era demasiado pesada y en cuanto la sostuvo

hizo un gesto de dolor. El abuelo fue rápido para ayudarla y juntos se sentaron en un par de sillas feas

en la despensa —¿Estás bien? —le preguntó el abuelo, atendiéndola como si fuera una niña pequeña

—. No recuerdo la última vez que tomé la caja, no recordaba que fuera tan pesada. —No, abuelo, no

es eso, solo que me di unos golpes hace un par de días y todavía ando un poco torpe por eso. —¿Y

cómo es que una niña como tú se golpea? —preguntó el abuelo mientras sacaba varios empaques de

comida de su caja y le ofrecía a Amelie—. ¿Te subes en las patinetas de esas que parecen sacadas

de una película de ciencia ficción? La muchacha negó con una sonrisa mientras comía y suspiraba. —

No, abuelo, solo tengo tiempo para trabajar, así que no puedo subirme en esas patinetas y mucho

menos divertirme. Tuve un accidente con un auto, pero por fortuna solo me di unos golpes —

respondió Amelie viendo cómo el abuelo la acompañaba. De repente se fijó en lo que estaba

comiendo, y que aquella caja estaba llena de dulces. —Abuelo. Dígame una cosa, ¿usted no debería

estar comiendo todos estos dulces, verdad? —le preguntó con tono preocupado. El abuelo suspiró y le

respondió: —No, supongo que no debería, pero es tan difícil resistirse a ellos. Mi médico me dice que

no debo comer azúcar, pero a mi edad uno se da cuenta de que la vida es corta y hay que vivirla al

máximo. Si quieres saber la verdad, estos dulces son los únicos momentos de felicidad que tengo en

mi día. De modo que, ¿por qué no iba a disfrutarlos? Amelie hizo un puchero y tomó su mano. —Sí,

supongo que tiene razón, abuelo; pero si el doctor le dice que debe cuidar su dieta y tomar solo los

dulces de forma ocasional, es para que pueda estar sano y fuerte muchos años más. ¡Pero en lugar

de obedecer al doctor, decidió hacer una reserva de dulces como si fuera un niño! —¿Me vas a

delatar? —le preguntó el abuelo y Amelie negó. —No, claro que no, voy a hacer algo mejor. Ahora

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vuelvo, pero prométame que no se va a comer esos dulces —le pidió y salió corriendo tan rápido como

podía. De camino a la mansión King, Amelie había visto una pequeña tienda de servicio, quedaba

lejos pero fue hasta allá y con el poco dinero que llevaba encima compró unos dulces. Regresó con la

respiración entrecortada y el abuelo la hizo entrar a la despensa de nuevo con un gesto cómplice. —

¡Ah! ¡Aquí están! —dijo entregándoselos al anciano—. Son dulces para diabéticos. No llevaba dinero

para mucho, pero al menos estos no le harán mal, abuelo. A partir de ahora los puede comer

tranquilamente. El anciano la miró con dulzura y le agradeció. —Eres una niña muy buena. Sé que

grandes cosas van a pasarte. ¿Me dices tu nombre? Amelie abrió mucho los ojos, porque había

olvidado presentarse con el abuelo. —¡Ay, claro! ¡Perdone! Mi nombre Amelie Wi… Amelie, me llamo

Amelie —dijo sin llegar a mencionar su apellido. —Bueno, Amelie, yo soy el abuelo King. Un gusto

conocerte, y gracias por los dulces —se despidió el anciano y Amelie se quedó petrificada al darse

cuenta de que había tratado con excesiva familiaridad al patriarca de la familia King. Sin embargo,

antes de que pudiera reaccionar, vio que el abuelo cerraba la puerta de la despensa porque se

escuchaban gritos afuera. Al parecer alguien había dicho que no podían encontrar en ningún lugar de

la casa al abuelo King y todos estaban buscándolo. Finalmente era Nathan quien había llegado a la

cocina, seguido de Stephanie. —Abuelo, nos asustaste —murmuró Nathan al encontrarlo. —Yo solo

estaba dando un paseo, y todavía no he terminado, tengo intención de seguir —aseguró el abuelo

dirigiendo a su nieto fuera de la cocina, cuando escucharon un leve carraspeo tras ellos. —Bueno, ya

que estás aquí, me gustaría presentarte a la señorita Stephanie Wilde, mi futura esposa —dijo Nathan

viendo que Stephanie llegaba junto a ellos. —Abuelo King, un placer conocerlo. El anciano la miró de

abajo hacia arriba y luego se quedó mirando su rostro con expresión severa. —¿Sucede algo,

abuelo? —No, solo estoy tratando de adivinar si viniste a una cena o a matar a Batman —respondió el

abuelo y Stephanie se puso colorada. Aquella era una manera nada sutil de decirle que llevaba

demasiado maquillaje. —Lo siento, creo que no me di cuenta, procuraré ser más discreta la próxima

vez, abuelo —murmuró Stephanie. —Estoy seguro de eso, ahora será mejor que vayas con tus padres

—respondió el abuelo King y la muchacha se fue enseguida. —Yo sabía que algún defecto le ibas a

encontrar, hay que ver que te quejas de tu edad, pero tienes muy buena vista cuando quieres —

suspiró Nathan con condescendencia. —Fíjate si tengo buena vista que me he dado cuenta de algo

que al parecer no has notado tú —respondió el abuelo King señalando a Stephanie—. ¿No te parece

que para ser una mujer que salió severamente lastimada salvando la vida de tu hija, Stephanie Wilde

camina demasiado bien en tacones?