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Dulce Disparo al Jefe Cachorro Enamorado

Capítulo 39
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Capítulo 39

El coche lucía impecable bajo la oscuridad de la noche. Violeta miró la matrícula del auto que tenia

cinco “8”, estos eran dificiles de encontrar ya que ahora la mayoría tenía letras.

Violeta levantó la mirada y a través del parabrisas vio una silueta masculina que le era familiar. Los

ojos profundos y penetrantes de Rafael la miraban fijamente.

Frunció el ceño, parecía una ley inmutable. Siempre lo encontraba en sus peores momentos.

Rafael condujo hasta estar a su lado, bajó la ventana y le dijo: “¿Qué haces deambulando por aquí a

estas horas?”

Violeta fingió no escucharlo y continuó caminando.

Rafael tocó la bocina un par de veces, pero ella lo ignoró. Al igual que la primera vez que se

encontraron, pisó el acelerador y se detuvo frente a ella.

“Sube al coche”.

Violeta miró alrededor y no vio ningún taxi.

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No podía conseguir un taxi en ese momento y no quería discutir con él, así que abrió la puerta del

coche y subió.

No necesitaba decirle la dirección, Rafael sabía exactamente a dónde ir.

El viaje fue en silencio. Violeta mantuvo su rostro pegado a la ventana, con la frente apoyada en ella.

Estaba alerta pero cansada, y mantuvo los ojos cerrados.

A pesar de que ya había salido de la estación de policía, aún sentía un sudor frío en su mano.

Los eventos de esa noche eran inolvidables, eran demasiado fríos para recordar.

Pero muchos fragmentos todavía llenaban su mente, y en un parpadeo, Rafael frenó bruscamente y

Violeta golpeó su frente

contra la ventana.

El dolor la hizo abrir los ojos. El Range Rover ya estaba estacionado en su antiguo complejo de

apartamentos.

Violeta no discutió con él, en cambio se quitó el cinturón de seguridad y dijo, “Sr. Castillo, gracias por

traerme”.

“No hay de qué”, respondió Rafael con indiferencia.

Violeta intentó abrir la puerta del coche, pero no pudo. Un humo blanco se filtró en el coche, por lo que

gíró su cabeza hacia

Rafael.

Rafael sostenía un cigarrillo en la mano, con su mirada fija en su cigarrillo. “¿Cómo acabaste en una

estación de policía?” preguntó.

Violeta no dijo nada.

“¡Mira en el espejo cómo te ves ahora!” Rafael levantó la mano y bajó el visor delantero.

Violeta se calló.

En el pequeño espejo iluminado, se reflejaba su cabello despeinado, parecía un nido de pájaros.

Todavía llevaba puesto el uniforme de camarera, estaba todo arrugado y sucio.

“¿Por qué no hablas?”

Violeta evitó su mirada y dijo, “No es asunto tuyo”.

No quería decirselo inconscientemente.

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Aunque había sido incriminada, le resultaba dificil hablar de haber sido llevada a la comisaría por

“prostitución”.

“¿Así es como me tratas?” La voz de Rafael se volvió repentinamente grave.

Violeta frunció el ceño y lo miró, notando que su rostro se había oscurecido. No entendía qué estaba

pasando.

¿Cómo se suponía que debía actuar?

¿Se suponía que debía sonreír y agachar la cabeza mientras él la trataba con desdén?

“Ja, aunque no lo digas, ya lo sé”, dijo Rafael, dándole una calada a su cigarrillo, sus ojos recorrieron

su cuerpo. “Si estan

desesperada por dinero, no solo te dejas abofetear, sino que también sirves y bebes en el club, e

incluso has terminado en la estación de policía, ¿por qué no…”

Se detuvo, apagó su cigarrillo y se inclinó hacia ella.

Violeta se tensó de inmediato.

Aunque su brazo solo estaba apoyado en el respaldo del asiento a su derecha, se sentía como si

estuviera atrapada.

Su aliento cayó sobre su cuello debido a la cercanía, incluyendo las palabras que no había terminado

de decir: “¿Por qué no simplemente te vienes conmigo? Violeta, la tercera es la vencida”.